Pulso.

Unas cuantas pulsaciones (si tu teléfono no es de tonos), y ya estás del otro lado. Al sur, más abajo.

El sábado pulsé todos los números requiridos para llamar a Chuls... Julieta...

(Más tarde)

Mi mejor amiga se llama Laura. Es mi mejor amiga desde que vamos en el kinder. Si alguien ha sabido ser buena conmigo, si alguien me ha hecho sentir amada en la complejidad de la amistad, es ella.

Laura siempre me cuidó, desde que de pequeñas íbamos a jugar y ella me llevaba sana y salva a casa y se regresaba sóla a la suya, o cuando recibía los regaños que me tocaban y me defendía, y hasta en mis etapas de crisis, malas borracheras, y todo aquello que te hace querer estar con alguien que te sientes seguro... ella está ahí.
Alguna vez me nació el sentimiento de querer ser la mejor amiga que alguien pudiera tener sólo para ella, para regalarme a ella. Y no puedo dejar al lado el deseo de altruista de que todos tuvieran una mejor amiga como la que Dios me había dado a mí.

Y con Julieta me pasa lo mismo, pero al revés.

Siempre he dicho, que internet no es personal, que no me gusta basar mi vida en pixeles, megas o hasta gigas (o el messenger, menos el blog)... Y podría ponerme como Carlos Fuentes y decir que nunca en mi vida escribiré un e-mail, o bueno, que nunca más. Pero me parece un poco drástico.

(Largo suspiro)

A Julieta la quiero, la quiero.

Para hablar de ella, necesito hablar de Laura, porque es ella a quien más se parece el sentimiento de amistad real que tengo, que he vivido. Y Julieta es así. Es real. Puedo tocarla desde aquí, desde la mac, desde el teléfono, desde los planes.

A pesar de la distancia (con ambas), de lo distanciadas que son nuestras charlas telefónicas y de lo utópico que la amistad es en mi vida, las quiero, las vivo, y las necesito en mi vida.

Y quiero que se queden a vivir en ella.