Two.niñas.

Puesto que no soy tan feliz como el blog lo describe, ni tampoco soy todo lo que escribo o aparento ser.

Leí mis pasados post y sentí pena ajena. No hablo más que de las superficialidades que existen en mi vida, cuando, por supuesto, tiendo más a la introversión y al pensamiento vital.

Entonces pienso, de lo mucho que pienso, que debería de dejar de escribir estupideces, puesto que todas las bodas son iguales, y todas las lunas de miel también. A nadie le importa si me compro un bolso Vuitton o me parten la cara. Y me duele denigrar las letras en pos de un post divertido. La diversión está bien, sí. Pero las letras me dan la capacidad de cavar y cavar en mi mente, y dejarle saber todas esas cosas a la gente que le importa, o a la que tiene tiempo de leer algo que, definitivamente, ni le interesa ni le cambiará la vida.

Podría escribir, por ejemplo, del sentimiento patológico de abandono que está regresando a mi vida y de mi negación por volver a la psicoterapia. De la crisis de ansiedad que tuve ayer porque mi marido se fue a desayunar con sus amigos y volvió hasta las cuatro de la tarde. ç

Esa neurosis que yo conozco.

Ese despegue de personalidad que uno sufre cuando sabe que la loca se acerca. Porque yo sabía que mi ansiedad era infundada, pero no podía luchar contra ella, sabía que esa necesidad enfermiza de salir corriendo de la casa llorando y no poder soportar un segundo más sin su presencia era patológica. Un fantasma. Otra Lejana.

Y ahí estaba la pobresita de mí, La otra Lejana, viendo a su hermanastra desmoronarze por algo ya conocido, ya analizado, pensábamos, las tres, ya curado.

Vuelve.
Regresa.
Y a veces, no sé qué hacer.